lunes, 11 de abril de 2011

La cultura en la que vivimos está asentada sobre unas bases que se van desvaneciendo o cambiando tanto que llegan a ser irreconocibles. Y cambia de una manera tan rápida, que quienes vivimos en ella no somos capaces de adaptarnos a un ritmo adecuado.

El hecho de que el cambio del mundo y de la cultura no sucedan de forma pareja, sino que exista una descompensación, crea unas situaciones sociales que en cualquier otro contexto sería inadmisibles, nos escandalizarían o al menos nos harían reflexionar; y que en cambio ahora mismo, como parece que no llegamos a comprender bien su verdadero alcance, simplemente toleramos o aceptamos con una sonrisa.

El mundo digital que está cada vez más presente en nuestras vidas tiene un enorme potencial para mejorar la vida del ser humano. Pero si no se sabe manejar adecuadamente puede tener consecuencias nefastas. Lo empezamos a ver ya en tímidas señales, avisos sobre lo que puede suceder si no somos conscientes de que somos como niños pequeños jugando con fuego.

Algunas de las consecuencias no nos parecen tan graves a simple vista, otras se vislumbran ya como auténticas catástrofes.

Observamos, por ejemplo, un cambio en las relaciones sociales, que al menos yo no considero positiva. Poco a poco nos vamos volviendo más solitarios e individualistas, y en cambio paradójicamente parece que tenemos más amigos que nunca. Amigos virtuales. Disminuyen las relaciones directas para aumentar las que se establecen con una máquina de por medio.

Otro ejemplo es la disminución de ciertos derechos ciudadanos y de libertad en favor de la “protección y la seguridad”. Por nuestro bien nos vigilan y nos observan. Consideraríamos inaceptable que abriesen una carta a nuestro nombre, pero en cambio sabemos que nuestros mensajes por correo electrónico pueden ser leídos en cualquier momento por quienes velan por nuestra seguridad, y no nos resistimos.

Por último, y esto si llega al grado de catástrofe, el hecho de estar acabando con nuestro planeta, sabiendo conscientemente que lo estamos haciendo (él si que nos manda señales), pero sabiendo también que para evitarlo tendríamos que disminuir el ritmo de consumo en el que vivimos. Y parece que a eso no estamos dispuestos.

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